miércoles, 26 de octubre de 2016

Puñaladas en el silencio

Hacía días que no la veía. Era habitual en ella, presentarse frente a mí un par de días seguidos, pasando conmigo horas y horas en las que no dejaba de contarme cosas, para luego desaparecer una semana, un mes o incluso años. Yo no se lo echaba en cara, sabía lo mucho que ella necesitaba de su espacio. Era como si en sus visitas se vaciara por completo, derramando sobre mi todo. Cuanto pensaba, lo que rondaba su cabeza hasta los rincones más oscuros, y luego precisara de tiempo para volver a vivir, experimentar, sentir. Era la única forma de asegurarme una de sus visitas, dejándola seguir su camino.

Esta noche está distinta cuando la veo aparecer delante de mí. Está pálida, algo más delgada que la última vez, con el pelo grasiento y pegado al rostro. Tiene la nariz roja, los labios entreabiertos en un gemido constante, acallado por algo o alguien. Sé que va a doler, que hoy no nos espera una de nuestras charlas tranquilas, agradables. Me preparo, pero siempre la primera vez es más dolorosa. Durante la siguiente media hora dejo que me apuñale, me golpee, me moje con las lágrimas que no dejan de caer por su rostro, dulcificado por esas líneas infantiles que no llegan a irse nunca. Aguanto los arañazos con los labios apretados. Esta vez va a dejarme cicatrices, mi piel dejará de ser tan lisa y suave como antaño. No me quejo, la dejo hacer lo que quiera. Es lo que necesita, y yo debo de callar y aceptar.

Se marcha sin decir una palabra, seguramente demasiado cansada como para explicarme con calma que es lo que le pasa.

No volveré a verla, algo en mi lo presiente. Y no me equivoco. Pasan meses hasta que su madre me encuentra, aovillado en el fondo del cajón. Estoy en el último de ellos, escondido entre calcetines y medias que ella nunca se pone. Me dijo que era el escondite más seguro, que no quería que nadie supiera de mi presencia. Eso me hirió, pero como siempre, quedé mudo y acepté mi devenir con la mayor dignidad posible. Su madre me sostiene entre las manos temblorosas, y cuando empieza a llorar logro ver el parecido con su hija. Me manosea, estudia y acaricia durante horas. Observa las heridas todavía sin curar que me dejó aquella última visita. No dice nada, porque no hay nada que decir. Ambos sabemos la verdad, lo que significó aquella violenta despedida. Nunca más volvería a verla, y eso me hace sentir vacío, sin meta en la vida con la que soñar. Ella no volverá.


Ese es el inconveniente de pertenecer a alguien cuyo único pensamiento al acostarse es el deseo ferviente de morir. La echaré de menos, porque ahora no podré volver a gozar de la confianza de nadie, de las palabras y secretos susurrados cuando ya están todos durmiendo. Ahora quedaré sin terminar, viviendo en un constante limbo. Ni vivo, ni muerto. Solo a medias, sin completar. 

*  *  *
El ejercicio de esta semana ha servido un poco para quitarme el óxido en cuanto a temas de escritura se refiere. Algo me decía que antes o después llegaría algo así, y no puedo estar más contenta. Pasad por los ejercicios de Jen y Adri, son muchísimo mejores que el mío. ¡Hasta la próxima!

Esta semana os proponemos crear una personificación. En otras palabras, dar voz a algo que no la tenga o sea ininteligible. Podéis elegir un espacio, lugar, objeto, animal: el Corte Inglés, los calcetines de tu ex, el periquito del vecino. Y ya está, no tenemos más condicionantes.
Requisitos:
-Narrado en primera persona.
-Que el texto no sea la voz/pensamiento de un ser humano.

Ya sabéis de sobra las instrucciones para participar
1. Leer el “enunciado del ejercicio.
2. Interpretar el “enunciado” libremente. 
    3. Escribir lo que te sugiera. Protagonizado por un ser inanimado.
    4. Publícalo en tu espacio.
    5Cuéntanos para que podamos enlazarte tanto en los comentarios como por las redes sociales. 

4 comentarios:

  1. La verdad, qué mérito tienen estos cuadernos, que tanto han lidiado con nosotras, que tanto nos han aguantado :)

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    1. La verdad es que sí jajaja Y lo que les quedará por aguantar, pobres :)

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  2. Yo que rara vez escribo intimidades en mi libreta que no sean de otros, aunque no existan más que sobre el papel, he sentido auténtico pavor al ver al de la protagonista al descubierto. Y eso que quizá, ella tenía tan mala letra como de la que yo presumo. Así que quizá sus intimidades estarán a salvo de los que la echan tanto de menos. Entiendo la necesidad, es una historia triste, pero es que mi libreta sólo la quiero para mí.
    ¡Un abrazo!

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    1. Jen, que alegría volver a verte. (Quién dice verte, dice leerte. Y es algo erróneo, porque te leo a diario por twitter). Gracias por tu comentario, tanto tu como Adri siempre tenéis una palabra amable que dar.

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