martes, 7 de marzo de 2017

Palabritas: SAUDADE

Durante toda mi vida me he topado con sensaciones o sentimientos que no tenían nombre en español, pero si en otros idiomas. Hace solo unos días me encontré con unas imágenes que circulaban por twitter que nombraban algunas de esas palabras mudas en mi idioma. En esta nueva sección voy a nombralas, a darles voz y una historia. ¡Espero que os guste!


SAUDADE: Palabra portuguesa que se refiere a la melancolía extrema por algo que amas y has perdido. 

Maia. La pequeña Maia. Solo era un alma más, perdida, arañada por el tiempo, quizá también por el miedo. Ojos castaños, piel morena, pelo rizado recogido en un moño sin orden. 
Maia. La dulce Maia. Bailaba hasta sangrarle los pies. Cantaba hasta quedarse afónica. Lloraba hasta quedarse seca. Ágil, esbelta, elegante bailarina que hacía equilibrios sobre los dedos.
Maia. La solitaria Maia. Ferviente guerrera que llevaba a cuestas cada batalla, que recordaba cada muerte, que rezaba por cada corazón roto por su espada. Demasiado valiente. 
Maia. La fugaz Maia. Sus sonrisas aparecían cuando nadie las podía ver. En la madrugada de invierno, en las tardes de lluvia y apagones. En las sesiones de cine los domingos. Nadie la conocía. 
Maia. La pobre Maia. Nadie merece perder a todos cuando apenas está aprendiendo a ser persona. ¿Por qué ella sí? ¿Acaso el sol odiaba a la bailarina de manos delgadas y piernas fuertes? 
Maia. ¿Quién era Maia? ¿El cisne negro o la bella princesa? 
Que lastima que nadie se parara aquella tarde a mirarla a los ojos, a fijarse en el brillo opaco de las pupilas castañas mientras ella giraba y giraba sin parar, moviendo los brazos en un aleteo estático que no le permitía huir. 
Que lastima que nadie pensara que la niña de ojos asustados de las noticias pudiera ser ella, unos años después, algunas curas más tarde. Que las cicatrices estuvieran tapadas por tul y maquillaje, mentiras y sombras, brillos y sonrisas. 
Que lastima que nadie viera a la niña maltratada que tuvo que ver morir a su madre a manos de un monstruo cuya sangre corría por sus venas. La cubría por completo, pensaba al dar un salto tras otro, al escuchar la respiración entrecortada del público. El barro espeso, maloliente, se movía con parsimonia por su cuerpo y nadie lo notaba. 
Que lastima que nadie distinguiera el agujero en su pecho. Nadie vio a la mujer acurrucada en él, llorando desconsoladamente, cubriendo sus muñecas con las manos, intentando detener la sangre resbaladiza que no quería dejar de salir, de conocer el aire fresco. 
Que lastima que cuando la música acabó todos aplaudieran y nadie llorara por su madre, por Maia, por la muerte injusta. 
Que lastima que ella solo se inclinara y sonriera antes de salir de las luces de los focos, que no mostrara las líneas plateadas que marcaban su cuerpo como si de un tatuaje a gran escala se tratara. Que lastima que Maia siguiera echando de menos, mientras la gente le sonreía por el triunfo vacío de unos cuantos pasos de baile bien ejecutados.

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