sábado, 14 de julio de 2018

Comienzos

Estos últimos dos meses he tenido que decir adiós a muchas cosas, y siempre con demasiada prisa. Nadie está preparado para la muerte, o al menos quiero consolarme pensando eso. Cuando viene lo arrasa todo, te deja en el suelo, intentando respirar, ahogado por miles de sensaciones que se acaban arremolinando en el pecho y creando ese dolor punzante al que nunca le ves fin.

Me pasó una vez, el penúltimo día de mayo. Me quedé paralizada una vez la locura del primer momento pasó. Ya se habían firmado papeles, llegado al destino y se había hablado sobre como se haría la ceremonia. Ahora solo teníamos que esperar sentados en aquella sala de tres por tres a que la gente llegara, con las caras de falsa pena y los ojos ansiosos de ver algo siniestro, pero a la vez refrescante para una población que nunca tenía nada nuevo que contar. Me senté en uno de aquello sillones de cuero, sudando como si fuera pleno agosto, y me dí cuenta de lo que estaba sucediendo. Él ya no estaba, y los gritos y lloros de a quienes hacía años que no veía, no hacían más que atarme a aquella realidad desdibujada.

El dolor fue casi cegador durante aquella misa de no más de media hora, y peor fue esperar de pie a que cerraran aquel estrecho nicho donde la caja cabía casi por los pelos. Pero lo superé. A los pocos días volví a reírme de verdad. Una de esas risas que te sacuden entera hasta que te castañean los dientes. Fue el desencadenante de una lenta recuperación. Pero de nuevo, veintisiete días después, la muerte quiso besar a otro de los míos. Y de nuevo yo estaba sentada, en esos sillones donde me quedaba pegada por el calor, intentando discernir si aquello era real o no.

He tenido dos finales en poco tiempo. Me he perdido a mi misma un par de semanas, y os confieso que eso me asustó bastante. Pero el tiempo lo cura todo. No dejas de sentir el dolor, como una herida que se cierra, simplemente aprendes a vivir con la ausencia, el silencio, lo que no llegaste a hacer ni decir, y lo que pudo ser pero no.

Es por todo esto que he decidido que no quiero más finales durante un tiempo. Solo quiero comienzos. Quiero comenzar a perseguir ese sueño del que llegaba huyendo tanto tiempo. Quiero empezar a querer y cuidarme de quienes no lo hacen. Quiero empezar a ver  nuevos sitios, a saborear nuevos platos y a querer a quienes tengo, pero esta vez bien, como merecen. Quiero vivir por aquellos que ya no pueden.

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